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domingo, 18 de diciembre de 2011

Entrevista hecha por Revista Qué pasa (Chile)



Esta fue la primera entrevista oficial que me hicieron y curiosamente fue un medio extranjero. Patricio Jara, periodista de la revista "Qué Pasa" de Chile me contactó y publicó la entrevista el 14 de mayo del 2010, en vísperas del Mundial Sudáfrica 2010. La entrevista me puso entre el top de los coleccionistas sudamericanos, rótulo que creo no merecer, puesto que he visitado y conozco a coleccionistas que me superan amplia -muy ampliamente- pero bueno, vale y se agradece la mención.

Esta es el reportaje completo de Jara para Qué Pasa de Chile. La parte en la que me aluden (puesto que todo el reportaje gira en coleccionistas chilenos, solo me mencionan en uno de los párrafos) estará centrada:

Fue exactamente hace una semana y bien podría repetirse hoy: entre las 9.30 y las 11.00 de la mañana, la agencia de Panini Chile, en Ñuñoa, vendió 18.000 sobres del álbum del Mundial de Sudáfrica. Durante el resto de día, su telefonista debió decir la misma frase a más de 300 personas: "Llame el lunes".
Así de intensas van las cosas en la distribuidora. Desde que el álbum salió a circulación, hace menos de un mes, ya suman cuatro millones de sobres vendidos y estiman que al término del Mundial superarán ampliamente los diez. La pasión de los hinchas no sólo es papel picado, también papel impreso y coleccionable que los vuelve locos.
Si en Salvajes y sentimentales, su espléndido libro de ensayos, el escritor Javier Marías asegura que la pasión por el fútbol se explica por cuanto es una forma de recuperar la infancia, entonces juntar sus álbumes sería construir un pequeño mundo, ladrillo a ladrillo, poblar una cancha jugador a jugador.
Coleccionar láminas es un acto tan solitario, porque nadie más que uno abre los sobres, y tan colectivo, porque sabemos que hay otros haciendo lo mismo. Dicen que los álbumes se terminan con la niñez, pues para entonces habrán aflorado valores, emociones y actitudes como la persistencia, la esperanza, la frustración, la codicia (por aquella lámina que nos falta) y el desprecio (por la que se nos repite insistentemente). No hay nadie que se haya lanzado a la aventura de juntar un álbum nada más que por el premio ofrecido por terminarlo. Siempre ha importado más el timbre que certifica la hazaña, ese pequeño trofeo que vale un campeonato. Sin ir más lejos, la portada de aquel libro de Marías, que por lo demás nunca llegó a Chile, simula un álbum de fútbol incompleto: allí donde debe estar la pegatina faltante de un jugador, lo reemplaza un dibujo hecho por un niño.
Hoy poco queda de aquellos primeros álbumes nacidos en París a mediados de 1860, salvo el espíritu que ha movido a sus coleccionistas, y que en Chile tuvo su hito fundacional en el Mundial del 62, editado por la desaparecida Salo. Ahora los álbumes se presentan con lanzamientos planetarios y amplia cobertura de prensa. El de Sudáfrica, sin ir más lejos, se realizó en el Marriott y congregó a celebridades del fútbol, empresarios, dirigentes y embajadores. A los tradicionales kioscos como puntos de venta, se suman modernos stands en los andenes del Metro y supermercados.
Panini tiene un convenio con la FIFA que data de México 70. El negocio, se sabe, es bueno, y bastante más bueno si se considera que la empresa italiana maneja cerca de una veintena de otras colecciones, que incluyen superhéroes, películas, series animadas. Panini imprime y vende anualmente seis billones de láminas y en los 40 años de la compañía, sólo referidas al fútbol, suman más de 20 billones. Un negocio tentador que ha debido soportar la piratería, la circulación de álbumes alternativos o incluso robos, como los 27.000 sobres que desaparecieron cerca de Sao Paulo que, a decir verdad, fue una minucia si se tiene en cuenta que cada remesa semanal allí es de cinco millones de figuritas.
El álbum del Mundial tiene actualmente 637 espacios numerados, de manera que para completarlo se requieren al menos 128 sobres de cinco láminas cada uno. Si cada sobre cuesta $250, se necesitan $32.000, más los $500 del álbum y, por supuesto, el favor de Dios para que no salga ninguna lámina repetida. El premio por llenarlo, en todo caso, es lo de menos: una pelota o un par de canilleras. Lo novedoso es que ahora se pueden comprar de manera directa hasta 50 figuritas específicas. Se llena un cupón y llegan por correo. Una suerte de pare de sufrir ante esas láminas tan esquivas.
Pese a que se trata de un producto altamente interactivo (hay disponible un álbum virtual, que incluye a los teléfonos celulares), no todo ha sido tan fácil, pues los coleccionistas nacionales protestaron porque las láminas correspondientes a la selección chilena no aparecían en los sobres y, en su lugar, se ofrecía una modalidad llamada pop up, que consiste en estampas un poco más gruesas, con relieve y que se incrustan en las páginas centrales del álbum y no necesariamente en los casilleros con las demás selecciones, por lo que muchos quedan con la sensación de tener un álbum incompleto.
"Tuvimos que tomar esa decisión porque el Sindicato de Futbolistas tenía compromisos legales con los derechos de imagen, que impedían que esas láminas siguieran el formato de las otras selecciones", explica Raúl Vallecillo, subgerente de Panini. Aquello, sin embargo, es restrictivo sólo para Chile, de modo que algunos coleccionistas las están consiguiendo en el extranjero, donde son estampas normales.

Láminas normales

Uno de los coleccionistas más destacados a nivel sudamericano es el peruano Brayan Hurtado. Pese a que sólo tiene 18 años, se ha ganado el respeto de sus pares gracias a su completo sitio micolecciondealbumes.blogspot.com. Tiene 226 álbumes, desde los más modestos, avaluados en 50 dólares, hasta reliquias que no se consiguen por menos de mil.

"No he calculado el valor de mis colecciones, pues si lo hago me volvería loco, pero sin duda tengo mucho dinero invertido, y no sólo en los álbumes mismos, también en los gastos de envío al extranjero, pero lo hago porque mando álbumes de mi país para recibir de otros", explica Brayan, quien, además de estudiar Periodismo, es miembro del naciente Club de Coleccionistas de Artículos de Fútbol (CCAF).

Los buenos coleccionistas saben valorar tanto la precariedad de los álbumes impresos en los 60 como los últimos adelantos tecnológicos en diseño y manufactura. Dentro de todos, Brayan prefiere los álbumes alemanes, con láminas holográficas, troqueladas, con efectos 3D y que puestos frente a la pantalla de un computador revelan imágenes escondidas. "Estamos a años luz de aquellas antiguas láminas opacas e impresas en papel delgado", dice.
Los coleccionistas también tienen buena memoria. Muchos son los mismos que un día, sin que nadie se lo pidiera, comenzaron a anotar en un cuaderno toda clase de estadísticas futboleras. Son los que llenan semana a semana los casilleros con los resultados del campeonato y recuerdan hasta los detalles más increíbles. Llamo a uno de ellos para corroborar lo que sigue sobre el álbum del torneo nacional de 1983, aquél conocido como el de las láminas censuradas: ocurrió que las imágenes de dos futbolistas, dos delanteros de renombre, quienes entonces jugaban en Cobreloa y O'Higgins, habían sido captadas en el fragor de un partido y en el segundo exacto en que asomaban sus partes pudendas por un costado del short. Si bien por aquellos años el tema no pasó de ser un detalle jocoso, al poco tiempo la empresa que lo editaba cambió las fotos por primeros planos de cada crack.
Danilo Díaz, premio nacional de Periodismo Deportivo 2009, coleccionó su primer álbum para Alemania 1974 y paró en España 82. "Comenzaba a meterme en el mundo del fútbol y ver a los compañeros de colegio y amigos del barrio fue clave para que me picara el bichito. Conocer a los jugadores que irían era muy entretenido; a los europeos, por ejemplo", cuenta. "Regalaban un póster gigante de la selección chilena y unos afiches con los jugadores. Luego el gusto por el fútbol y la idea de saber más de los protagonistas me hizo juntarlos. Además, era un buen jugador de láminas. Fue una gran entretenimiento".
Danilo tiene razón. Si completar un álbum era un desafío reservado para algunos, si conseguir, mediante toda clase de trueques, esa lámina que faltaba adquiría tintes de hazaña, convertirse en un jugador podía transformarse en un vicio incorregible. Echarse de guata al suelo a jugar al montoncito sigue siendo un rito los cada recreo de cada colegio en época de mundial. Sobre todo porque siempre hay a quienes lo único que les importa es el juego: una raza de tahúres que usan toda clase de artimañas para dejarte sin nada. Todos vimos cómo estos mafiosos se lengüeteaban la mano antes de dar el golpe que tumbaba el colchón de láminas como una torta. Y si no era eso, se ayudaban con el pulgar. Aunque los peores, los verdaderamente detestables, no eran los tramposos sino los matones de patio, los que irrumpían en el juego y al grito de "¡Mata!", te dejaban sin nada. Entonces había dos caminos: resignarse o salir tras ellos dispuestos a dar la vida por tus láminas.

Álbum familiar

"Para el 62 yo tenía 7 años y nunca me enteré del álbum, aunque el Mundial en sí nos convocó muchísimo, a la patota infantil de mi barrio, donde había alojada una parte de la delegación brasileña", recuerda el escritor Jaime Collyer, un futbolero apasionado, de ésos que para los clásicos van al estadio con su camiseta de la U y caminan sin temor entre la multitud que huye del carro lanzagua. Lo he visto más de una vez, nos hemos topado entre la turba enfervorizada. "El de Inglaterra 66 fue el primer álbum que tuve. Me lo obsequiaron mis abuelos maternos. No sabría decir por qué era tan cautivador llenarlo. Intentar completar el álbum, apreciar las imágenes de los futbolistas en cada partido, completar la tabla de resultados que venía adosada era una forma mágica de estar allí en Inglaterra, en Wembley. Veía a solas los partidos y miraba de reojo el álbum. Imagino que lo mismo les sigue ocurriendo a los niños Como tantos, Jaime dejó de coleccionar a los 15, cuando la pubertad se encarga de cambiar las prioridades. Pero siempre hay una segunda oportunidad, un segundo intento, si se quiere, cuando hay algo de dinero en el bolsillo y podemos cobrarnos revancha. No por nada en los supermercados las láminas están a la altura de los ojos de los adultos y no de los niños. Así también pasa afuera de la sala de ventas de Panini, donde cada sábado llega media centena de fanáticos, de todas las edades, a intercambiar láminas. El segmento más entusiasta está entre los 22 y 24 años.
He coleccionado el álbum de este Mundial en secreto. No juntaba láminas desde México 86 ni jamás he podido completar álbum alguno. Poco dinero y poca paciencia. Hoy compro los sobres y los guardo como si fueran sustancias ilícitas. Me he pillado ensayando alguna excusa en caso de ser sorprendido ("lo junto para mi hijo, si es que el segundo me sale niño") pero, en vista de lo que sigue, aquello es más bien un deseo escondido que aflora espontáneo en la víspera del Mundial.
"Durante Francia 98, mi hijo Simón pidió que le comprara el álbum", recuerda Collyer. "Me distraía viéndolo llenar, enredarse con el pegamento, quedar absorbido no tanto por el Mundial como por sus láminas. Hasta que me di cuenta de que con todas las repetidas casi podía llenar otro álbum. A contar de entonces nos dedicamos los dos a ver fútbol y llenar los dos álbumes. Fue una experiencia incluso mejor que la de mi infancia: me veía a mí mismo en mi hijo, haciendo lo que había hecho yo a los 11 años y lo vivía de nuevo, en una feliz regresión de unas semanas, que todo el mundo presenció con algo de extrañeza".
Aquella vez, el álbum de Simón terminó completo. El de Jaime, inconcluso. Este Mundial quizás sea el de la revancha. El fútbol siempre las da hoy".

Datos curiosos

El álbum del Mundial tiene 637 espacios numerados. Así, para completarlo se requieren al menos 128 sobres de cinco láminas cada una. Si cada sobrecuesta $250, se necesitan $32.000, más los $500 del álbum y, por supuesto,el favor de Dios para que ninguna lámina salga repetida.

Los coleccionistas tienen buena memoria. Son los mismos que un día, sin que nadie se los pidiera, comenzaron a anotar en un cuaderno toda clase de estadísticas futboleras. Son los que llenan semana a semana los casilleros con los resultados del campeonato y recuerdan detalles increíbles.

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